La educación es lo que queda después de olvidar todo lo que se ha aprendido en el colegio, decía Einstein, y por eso algunas personas saben sumar dos más dos y leer pero no saben comportarse. Y algo aún peor: son fáciles de manejar, se les engaña a granel y se les caza disparando al bulto. Personas que viven como si solo sobreviviesen y que, más o menos cada cuatro años, se acercan a una urna de cristal y votan a favor o en contra de un partido político sin sospechar que la democracia no consiste en escoger, sino en decidir. El ataque despiadado contra la educación pública que están llevando a cabo los gobiernos autónomos de Madrid, Galicia, Navarra, Castilla-La Mancha y Cataluña tiene ese objetivo final: formar ciudadanos dóciles y volver a construir la pirámide que tanto tiempo había llevado derrumbar, arriba, en las escuelas y las universidades de pago, los ricos de hoy y futuros dirigentes de mañana; y abajo, todos los demás. Les das la expresión seres humanos y a la primera le desordenan todas las letras, a la otra le quitan dos y lo que queda es lo que esperan de nosotros, reses y manos, unas para cargar las piedras y otras para ir levantando el muro.
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